¿Iglesia sin propósito?
La iglesia se desarrolla en un
mundo rodeado de problemas como frialdad espiritual, libertinaje moral,
infidelidad, legalismo, liberalismo…, sin embargo, debe ser la iglesia quien
defina sus propios propósitos para realizar emprender la Gran Comisión en este
mundo, o bajó qué propósitos debe actuar la iglesia.
El gran peligro que corre la
iglesia en la actualidad es que las motivaciones personales, pastorales y
comunitarias, por más bien intencionadas que se encuentren pueden simplemente
transformarse en motivaciones impuras.
Muchas de las iglesias prueban con
programas o métodos para mejorar o para tener un crecimiento, sin embargo, la
presencia del Espíritu Santo en la iglesia es la mayor garantía de que la
renovación es posible. Si se quiere hacer un cambio verdadero en la iglesia, es
necesario obligatoriamente la presencia y la guía del Espíritu Santo. De esta
manera se puede afirmar que la iglesia que vence o la iglesia exitosa no es
aquella que ejerce la mayor influencia en la sociedad, o tiene el mayor número
de miembros o posee más ministerios efectivo,
sino que la iglesia vencedora es la que guarda los propósitos designados por
Dios mismo, debe ser solidaria en todas las acciones, madura en la Palabra,
santa y pura en toda su vida, íntegra en sus motivaciones, fervorosa en la
expresión de su espiritualidad, perseverante en las pruebas y fiel a la Palabra
y al nombre de Jesús. Estos son los propósitos firmes de la iglesia, además, todos
los programas, actividades y planificaciones deben estar basadas en las
características mencionadas arriba.
Muchas de las prácticas dentro de
las congregaciones se basan en la eficiencia, pero, ésta puede conspirar contra
la pasión y el amor. De esta manera se puede decir que la eficiencia en una
iglesia no es garantía para tener una iglesia apasionada por Jesús, por su
Palabra y su misión.
La mayor tarea de los líderes de la
iglesia es orar con fe, humildad y sumisión. El pastor debe orar no para mover
a Dios, sino para moverse a él mismo. Sólo así una se desarrollará una iglesia
sin propósitos ilusorios, será una iglesia en la cual todos los miembros son
ministros y todos son personas comprometidas con la misión, todos son personas
que sirven al Reino de Dios por medio de la iglesia local.
No hay autoridad
política, religiosa o de cualquier índole bajo el cielo, que pueda dictarle a
la verdadera Iglesia las pautas a seguir, a la hora de ministrar los diferentes
grupos de personas que forman la sociedad. El Evangelio fue revelado para, sin
distinción, ser expuesto a todos los mortales.
Pablo, el apóstol,
elimina toda distinción étnica, racial, ideológica, nacional y sexual con
respecto a una relación espiritual con Cristo, por lo que nadie tiene autoridad
para hacer discriminación entre personas. “Ya no hay judío ni griego; no hay
esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos sois uno en Cristo
Jesús.” (Ga.3.28).
¿Cómo es posible que
alguien que se llame cristiano decida hacer acepción de personas, porque las
autoridades del Gobierno así lo exijan, y pretendan seguir como un discípulo de
Cristo? He aquí una paradoja, pues los que así piensan y actúan, también
ignoran que primero se obedece a Dios antes que a los hombres (Hch.4.19), y han
abandonado el propósito de Dios para Su Iglesia.
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