A
partir de la resurrección y ascensión de Cristo, empezaron a reunirse pequeños
grupos para recordar la muerte de Jesús de Nazaret en una cruz.
Estas
reuniones estaban caracterizadas por alabanzas a Dios, participar de una comida
especial y porque los participantes compartían todo cuanto tenían.
Además
en este tipo de reuniones los seguidores de Jesús recordaban hechos que habían
visto con sus propios ojos, y reflexionaban sobre sus palabras y enseñanzas.
Sin embargo en estas reuniones los únicos que podían expresar sus ideas eran
los varones.
Las mujeres por su parte se dedicaban a preparar la comida para la
cena y a cuidar a los niños para que no interrumpan las discusiones teológicas
androcentristas.
Cierto
día, cuando la reunión estaba en su punto más alto Queila, esposa de uno de los
presentes en la reunión, asomó la cabeza desde uno de los cuartos a donde
estaban reunidos los hombres, y escuchó una discusión que captó toda su
atención.
Todos
los hombres conversaban sobre el temor de que los romanos se enteren de sus
reuniones, pero lo que mas le preocupaba es que los demás judíos empezaban a
molestarse con esta comunidad por las reuniones en las cuales las mujeres
también eran invitadas, a pesar de que no se las tomaba en cuenta.
Algunos
manifestaban estar de acuerdo en que las mujeres no se les permita estar en las
reuniones, como una medida de protección, pero otros declaraban que las mujeres
deben estar en las reuniones pero no juntamente con los hombres, pues ellas
eran quienes preparaban la comida para la cena y veían que los niños no
molesten a los hombre en su discusión.
Pasaron
algunos minutos desde que Quiela empezó a escuchar esta discusión, por lo que
María otra de las esposas presentes fue a buscarle y al sorprenderle espiando,
llevó a Queila ante las demás mujeres para reprenderla, incluso puso su actitud
como un mal ejemplo para las niñas que también asistían a estas reuniones.
Queila
trató de explicarles el tema de discusión para hacerles ver que ni los unos ni
los otros estaban en lo correcto, pues eso no fue lo que Cristo les enseñó,
pero lo único que obtuvo Queila fueron vituperios y burlas. A pesar de esto con
una voz baja y casi sin fuerzas, una anciana dijo: Un momento, no insulten más
a la pobre muchacha. Ella tiene razón, nuestro maestro nos enseñó a tratar de
igual manera a hombres, mujeres y niños.
De
pronto la mirada de todas las mujeres se enfocaron en la anciana, quien con
gran esfuerzo se levantó y dijo: Cierto día Jesús iba camino a la casa de
Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, pues su hija había muerto. Fue tanta la
fe que tuvo Jairo en Jesús, qué junto con Pedro, Santiago y Juan fue donde
estaba la niña muerta.
A
medio camino, una mujer que durante 12 años sufría de hemorragias, reconoció a
Jesús y dijo: ¿Ese que va allá no es Jesús de Nazaret? ¡Él es quien puede curar
mi desgracia!; han sido 12 largos años de vergüenza y sufrimiento. He gastado
toda mi fortuna en médicos y ninguno ha podido sanarme, Él es el único que
puede hacerlo.
Pero
nadie siquiera le regresó a ver. A pesar de su condición se abrió paso entre
toda la multitud, llena de dolor a rastras y entre empujones logró apenas tocar
el manto de Jesús y ese momento quedó completamente sana.
En
ese mismo instante Cristo se detuvo y con voz firme preguntó: ¿Quién me ha
tocado? La gente asombrada retrocedió, al mismo tiempo que uno de sus
discípulos le corregía diciendo: Mira cómo la gente se amontona sobre ti. ¿Y
todavía preguntas quien te tocó la ropa?
Pero
Jesús miraba a su alrededor para descubrir quién lo había tocado. La gente
atemorizada siguió retrocediendo y como es natural esta mujer quedó al
descubierto. La mujer viéndose descubierta se arrodilló delante de Jesús y
temblando de miedo le dijo toda la verdad.
Todos
los presentes, incluso la misma mujer sanada esperaban que Cristo le reprenda
por su mala actitud. Sin embargo Jesús con voz amorosa, acercándose a la mujer
y tomando sus manos le dijo: Hija, has sido sanada porque confiaste en Dios.
Vete tranquila.
Las
mujeres escucharon con atención el relato de la anciana. De pronto la mujer
sacó fuerzas de donde no tenía y dijo con voz fuerte: A mí me curó el Señor de
las hemorragias que por doce años sufrí. Todas las mujeres se quedaron
sorprendidas y reflexionaron sobre el trato de Jesús hacia las mujeres.
Finalmente Queila fue comprendida y apreciada entre las mujeres. Pero todavía
no se sentía tranquila, pues su posición no era la misma que la de los hombres.
Llena
de valor se dirigió hacia la sala donde estaban reunidos los hombres. Al verla
entrar su esposo se levantó y trató de evitar a toda costa que Queila hablara
pues su honor estaba a punto de derrumbarse. El esposo no quería que Queila
llevara a su familia a la vergüenza y por lo tanto se disculpó con los demás
varones y trató de sacarla del salón. Queila evitó que le sacaran y manifestó
que necesitaba hablar.
Fue
tanto el alboroto que organizó Queila que las demás mujeres corrieron a
ayudarle. Siendo las mujeres mayores en número solicitaron hablar. Luego de
varios minutos de silencio un hombre llamado Santiago alzó la voz y dijo:
Varones hermanos dejemos que las mujeres hablen, no sea que traigan un mensaje
de Dios. Santiago captó la atención de todos los hombres, pero no le dijeron
nada pues era un hombre muy respetado entre el pueblo judío.
Queila
con voz temerosa dijo: Lo que ustedes hacen no es lo que Cristo nos enseñó,
ustedes nos tratan como la peor cosa, no existe diferencia entre un esclavo y
nosotras. Nos hemos cansado de sus exclusiones, ¿acaso nosotros no merecemos
escuchar el mensaje de Cristo? Esta mujer que está aquí conoció personalmente a
Jesús, ella fue sanada de una enfermedad que sufrió por doce años, y les contó
con lujo de detalles la historia de la anciana.
Luego
de contar la historia, Queila se echó a llorar y un silencio profundo colmó la
sala. Por un lado las mujeres tenían la esperanza de que se haga conciencia
sobre las palabras de Queila, el esposo de Queila estaba en una esquina lleno
de veeguenza por la actitud de su esposa, mientras que algunos varones
meditaban en las palabras expresadas, y otros simplemente se burlaban en su
interior.
De
pronto se paró en el centro de la sala un hombre que había asistido a las
reuniones por algún tiempo, pero nadie sabía quién era. Todos se asombraron
cuando dijo: yo soy José Barsabas, el otro candidato para ocupar el puesto de
Judas, yo estuve presente cuando nuestro Señor hizo los milagros, curó a
enfermos, resucitó a los muertos y cuando sanó a esta anciana, abrazando a la
anciana motivadora de Queila. Hermanos hemos actuado mal con nuestras mujeres,
ellas tienen igual de oportunidades para escuchar el mensaje de Dios y de
participar en nuestras reuniones. Cristo vino a establecer un nuevo reino y en
su Reino. Así que no importa si son judíos o no lo son, si son esclavos o
libres, o si son hombres o mujeres. Si están unidos a Jesucristo, todos son
iguales. Estas palabras se fueron repitiendo en cada reunió y pronto llegó a
oídos de Pablo quien grabó en una de sus cartas. Pronto los hombres
reflexionaron y aprobaron la presencia y participación de las mujeres en las
reuniones.
Y fue así como Queila abrió el camino para que las reuniones no sean androcentristas, sino que sean de bendición para todos los presentes, esta fue una de las razones por las que el cristianismo se expandió de una manera impresionante, por la predicación de hombres y mujeres que comprendieron a conciencia
Comentarios
Publicar un comentario